lunes, 3 de junio de 2013

Desconciliada


La conciliación familia-trabajo en este nuestro país es de risa, y eso es de dominio público. No voy a hacer un simposio sobre el tema ni a compararnos con otros países que tienen modelos diferentes (no todos ellos mejores precisamente).
A lo mejor no me importaba lo más mínimo dejar de trabajar por cuenta ajena desde el segundo uno después de nacer mi Principito. Tal vez seria feliz sin una carrera profesional (que tampoco es que me llene mucho ahora mismo) a cambio de estar todo el día con mis niños ahora que es cuando realmente me necesitan. Quizá me habría planteado una pausa para ejercer de ama de casa y madre a tiempo completo. Pero no he tenido elección, como la mayoría de madres de este país. Vivir con un único sueldo y una estabilidad laboral muy precaria después de tantos recortes (salariales y de derechos laborales) es una utopia de dificil alcance para muchos.

El caso es que no me quedó más remedio de reincorporarme el mismo día que mi Princesita cumplía las 16 semanas. Creo que pocas cosas he hecho en mi vida que me hayan costado más que salir de casa esa mañana.
Me lenvanté a la hora habitual, las 6:15. Ducha, ropa, peinarme mínimamente y preparar las cosas para el día de trabajo. Hasta ahí todo normal. Entonces tocó coger a mi bebita en brazos, completamente dormida, para darle de comer antes de marcharme. Ese cuerpecito acurrucado contra mí, ese calorcito emanando, el sonido rítmico de su respiración, ese olor a bebé que me llegaba... los lagrimones me caían a borbotones por toda la cara e intentaba contener los hipidos para no despertarla del todo. Cuando se soltó la dejé en su camita completamente dormidita, con una paz y una cara de felicidad que no tienen precio.
Salí de la habitación conteniendo el llanto y pasé a darle un beso al Principito en su cama. También estaba completamente dormido y se encogió un poquito al contacto, suspirando suavemente.

Al cerrar la puerta de la calle se me partió un poquito el corazón y me fui de casa con la peor sensación que he tenido en mi vida.

En el trayecto hizo lo posible por recomponerme y no llorar como una magdalena todo el rato. En el trabajo procuro disimular para que no se me nota demasiado las ganas de salir pitando que tengo. Pero el primer día fue muy duro y muy largo (pese a la reducción de jornada)
Los compañeros tampoco ayudan mucho. Están los de "¡Qué exagerada! Si solo son unas horas.." y las de "Todas lo hemos hecho y no pasa absolutamente nada". Pues lo siento pero que a las demás les duela en el alma dejar a su bebé de 16 semanas en casa para irse a trabajar no me consuela; que no se les encoja completamente el corazón al separarse de su cuerpo no me quita mi desazón; que no les entren ganas de llorar cada mañana al salir de casa no hace que yo me sienta mejor; que se reincorporen como si nada pasase no elimina mi sentimiento de culpa... Y, sinceramente, no me las creo. Cualquier madre normal y sin problemas serios de desnaturalización sufre el primer día que tiene que dejar a su bebé de 16 semanas para irse a trabajar. Tal vez se hagan las fuertes e intenten ocultar el dolor pero tiene que estar ahí fijo.

Esa mañana la Princesita no quiso comer nada durante las horas que estuve fuera y mi Principito preguntaba por qué mamá no estaba en casa para llevarle al cole.

Estuve al borde del llanto cada mañana durante semanas. Aún hoy se me saltan con facilidad si en algún momento me paro a pensar un poquito más de la cuenta en ellos. El ritual de cada mañana se ha convertido en rutina y ese olor a bebé de mi Princesita y ese suspirito de paz de mi Principito cuando le doy el beso de despedida me acompañan cada día.

Pero los recortes, las dificultades económicas y mucha de la agitación de BohemiaLandia me han forzado a ampliar mi jornada.
Hoy, por primera vez, no podré recoger a mi Principito a la salida del cole. Hoy, por primera vez, no podré comer con mi niño mientras me cuenta sus cábalas infantiles. Hoy, por primera vez, mi Princesita va a tener que comer sí o sí algo diferente ya que su mamá no podrá llegar a tiempo a casa.
Hoy, por primera vez, he hecho todo el camino sin poder contener las lágrimas. Hoy, por primera vez, empiezo a pensar que el paro no sería una mala opción y ya vendrán tiempos mejores. Hoy, por primera vez, uso el blog para desahogarme en la tranquilidad y la libertad que da el anonimato.

Hoy por primera vez me siento una madre pésima, una mala persona y un ser humano detestable.

2 comentarios:

  1. Aunque sea un tópico y no lo quieras leer, te entiendo perfectamente. A mi se me ha acabado hoy la hora de reducción por lactancia que tenía, ya que mi pitufa acaba de cumplir los 9 meses. El sacarla de casa esta mañana a las 7, para llevarla a casa de mis padres, me ha dolido en el alma. ¿Ley de qué? ¿Concilia que...? Menuda guasa, vamos. Ánimo.

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    1. La hora de lactancia es el último respiro que me queda.. no quiero ni pensar cuando tenga que renunciar también a eso.
      Hoy el día se me ha hecho eterno y no veía el momento de volver y comérmelos a besos.
      Se agradece tener por aquí a alguien dando ánimos.

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