El Principito ya ha acabado la escuela de verano y está ocioso en casa, volviendo loco a su padre e incordiando a su hermana como nunca.
La Princesita está descolocada con el calor tan bestia y la pobre criatura ya no sabe qué hacer ni dónde meterse para estar un poco más cómoda. Empieza a coquetear con el gateo (que acaba siendo niña tumbada panza-abajo reptando y, al poco rato, llorando)
El Costillo anda desesperado entre el calor y la ausencia de actividades infantiles disponibles para llevar a los retoños sin que se cuezan o se desintegren bajo el sol.
Las que sí que están cerradas por vacaciones son mi pobres neuronas. Será la edad (que ya se empieza a notar), la maternidad (que cada uno se me ha llevado un buen puñado de materia gris consigo), el calor (que me las tiene derretidas y en estado de letargo continuo), el sueño (la Princesita ya no sabe qué hacer para dormir y nos da cosa poner el aire acondicionado con la peque cerca), o simplemente que ya se ven las vacaciones al final del túnel y mi cerebro se ha puesto en modo descanso... El caso es que no puedo ni con mi alma y estoy de un espeso que echa para atrás.
El pobre Costillo, tras su desesperación infantil matutina, intenta comunicarse conmigo al llegar a casa y, sinceramente, la ponsetia medio seca que hay en el comedor casi que le prestaría más atención que yo.
No me concentro y se me van las ideas de la cabeza a medio decirlas. Es una sensación de lo más extraña (empiezo a entrever un futuro con Alzheimer galopante y resulta muy inquietante). Estoy hablando y, a media frase, me olvido de lo que estaba diciendo. Y da igual que mi Costillo me repita lo que le decía o me explique de qué estábamos hablando, lo que iba a decir se me va completamente de la cabeza.
En estas condiciones, la corte de locos -que nunca ha brillado por su coherencia dialéctica- es más caótica que nunca. Hasta el Principito me mira raro cuando me quedo a medio decirle algo. Sobretodo cuando le estoy riñendo (niño ocioso, calor en la calle, padres agotados.. mala combinación), a mitad de la regañina me empano y me pongo a hacer otra cosa. El peque, que de tonto no tiene un pelo, se va sigilosamente no vaya a ser que de repente recupere la memoria y le caiga el resto de la bronca y, posiblemente, algún leve castigo.
Total.. que no es que quiera dejar el blog abandonado o que no haya cosas que contar.. es que mi cerebro no da para más. Creo que la decisión más sabia, en estos momentos, es colgar el cartel de:
Cerrado por Vacaciones